Lo prometido
¿Puede un escritor conocer el amor?
I. El día mas feliz en la vida de un escritor solitario 1 de 3 partes
Un día muy soleado, tomé la grata decisión de salir de mi casa a caminar, ya no aguantaba el calor que me tenía sofocado, y la soledad, que me consumía lentamente. Caminé entonces hasta cierto parque en San Borja, uno lleno de arboles, y cuyo nombre no recuerdo. Me recosté entonces en las hojas caídas por el otoño que anunciaba su llegada, y me deje relajar por la brisa de la naturaleza. Cuando uno se recuesta sobre un parque, puede sentir como si los arboles hablaran, y el viento reflejara el llanto de una amor mal correspondido. Desperté y la triste realidad era lo que pasaba detrás de mí; Había una pareja discutiendo sobre un supuesto distanciamiento, el chico se hartó finalmente y se fue, dejando a la chica desconsolada....
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Yo me acerque, le pregunté si todo estaba bien, me dijo que si, le dije que sea honesta, que solo la quería ayudar. Me dijo que no, que veía todo en negro, que su vida se le iba y que yo no podía hacer nada para remediarlo, le dije que le invitaba algo de tomar para conversar, ella sorpresivamente accedió. Y nos fuimos a una cafetería muy conocida, en la zona céntrica de San Borja. Me explicó, que el chico con el que discutía era su enamorado, y se llamaba Chris; que habían tenido una serie de problemas, que hicieron que llegaran a eso. Mientras hablaba, yo miraba detenidamente sus ojos, en los que encontré una ternura, una inocencia, que necesitaban a alguien que los comprenda y entienda, por lo vivido; su sonrisa, era capaz de levantar el ánimo de la persona más infeliz. De un tema pasamos a otro y las horas se nos fueron pasando en la cafetería, pero estábamos tan entretenidos, que no sentimos el tiempo pasar. Su nombre era April, tenía mi edad, y teníamos tantas cosas en común, una familia diferente, una vida llena de prejuicios, y de pasados de los cuales nos arrepentíamos. Salimos de la cafetería ya en la noche, y fuimos al el parque donde la conocí.
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Te recostaste en el césped, apoyaste tu cabeza sobre su hombro, le insinuaste tus sentimientos le susurraste al oído, lo tierno que había sido al preocuparse por ti. El volteó, te miró, y se fue acercando lentamente a tus labios. Finalmente sus labios se tocaron, el era un poco inexperto, tu le enseñaste, le besaste detrás de la oreja diciéndole que estaban hechos el uno para el otro, él volteó, te dirigió la mirada y te dijo que te amaba más que a nadie en este mundo. Tú te sonrojaste lo abrazaste, tú querías quedarte allí, con él hasta el fin del tiempo. El quería envejecer junto a ti, apreciando tus bellos ojos, que tanto le encantaban, y tú apreciando los suyos que tanto adorabas. Te paraste y dibujaste entonces un corazón en uno de los arboles, en el interior una “T” y una “A” y debajo la palabra eternamente. El te acarició el rostro, tú el suyo; le rogaste que se quedara, pero él se rehusó, alguien tenía que llevarte a tu casa. Tú corriste hacia él, lo abrazaste por el cuello, pusiste una mirada pícara y se fueron juntos de la mano, perdiéndose en la noche.
Thiago Zaramir Ahmed
(Lima, Perú 2011)
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